Al ser humano le gusta probarse a sí mismo, desafiar sus límites y demostrar de lo qué es posible. A lo largo de la historia, hitos que parecían imposibles fueron consumados y hoy en día son parte de nuestra vida cotidiana. Uno de los sueños más ansiados de Julio Verne, según publicó en su novela “Viaje al centro de la Tierra” de 1864, era adentrarse en el interior del globo terráqueo. Si bien la Cueva Veryovkina no nos conducirá hasta tal profundidad, es la depresión conocida que nos permite llegar más cerca del centro del planeta.

La Cueva Veryovkina, con 2212 metros de profundidad conocidos, es la cueva más profunda del planeta. Se encuentra en el paso entre las montañas Krepost y Zont en la región de Abjasia, un estado auto-declarado independiente que oficialmente es considerado parte de Georgia por la mayoría de los estados de la ONU.

En 1968 la cueva fue descubierta por unos espeleólogos de la ciudad de Krasnoyarsk, que pudieron llegar hasta los 115 metros de profundidad. Ya en 1986 un nuevo grupo proveniente de Moscú y liderado por Oleg Parfenov, logró llegar a la considerable profundidad de 440 metros. Desde 2015, una serie de nuevas incursiones por parte del grupo Perovo-Speleo determinaron que la cueva era más profunda alcanzando nuevas y mejores marcas repetidamente hasta llegar al récord de 2212 metros en marzo de 2018 y registrando un sistema de túneles subterráneos de más de 6000 metros.

Pavel Demidov fue el primero en llegar hasta tal profundidad, y explica su experiencia de esta forma: “Es como si estuvieras mirando a una parte desconocida de la luna. Toma 3 días el descender y otros 3 días volver a la superficie. Los miembros del equipo se siguen los unos a los otros y descansan en los campamentos subterráneos”.

La cueva comienza prácticamente de forma vertical y está repleta de pozos con pequeños pasajes horizontales. El descenso de los primeros 400 metros es muy complejo, debido a la estrechez del camino. A los 800 metros aparecen varios afluentes, los cuales hacen que todo esté muy húmedo y provocan una sensación de frío intenso. La temperatura está entre 4°C y 7°C y la humedad es del 100%.

Según se desciende, se descubre un tremendo laberinto. La sección transversal de los pasajes suele estar entre 3 y 5 metros, pero en ocasiones es mayor de 15 metros. En el caso de las galerías, el ancho de las mismas está entre 20 y 50 metros, así que estamos hablando de una auténtica ciudad bajo tierra. Los peligros que aguardan a los espeleólogos son muchos, pudiendo ir desde desprendimientos de rocas hasta inundaciones repentinas debido a los cambios climatológicos.

En 2018 la expedición tuvo que escapar del “campamento 2100” debido a que el nivel del agua aumentó de manera muy rápida. A pesar de las condiciones extremas, el equipo continúa estudiando la cueva, trabajando en proyectos paleontológicos, biólogos y microbiólogos. Cada 100 metros toman muestras de suelo, arena, arcilla y piedras de flujo para realizar estudios en el laboratorio y poder entender mejor la composición del planeta y los microorganismos en la cueva.

Las investigaciones han mostrado que los microorganismos presentes en la cueva pueden ser beneficiosos para el desarrollo de antibióticos. Uno de los descubrimientos más recientes ha sido un fósil, que ha aportado luz sobre como las cadenas montañosas y las cuevas se formaron y acerca de seres vivos de épocas pasadas.

La realidad es que a medida que la ciencia y la tecnología avanzan de la mano nuestras posibilidades de entender nuestro pasado aumentan exponencialmente. Si en 1986 logramos llegar a los 440 metros de profundidad y recientemente superamos los 2 kilómetros, ¿a qué profundidad seremos capaces de llegar en 2050?

“Los únicos límites son aquellos que tú mismo te marcas”