Se llama obsolescencia programada a la determinación por parte de los fabricantes de modificar deliberadamente un producto para que dure menos, es decir, para acelerar su fecha de caducidad.
Dicho de ese modo, tal vez suena ridículo. ¿Por qué querríamos que un artículo electrónico, electrodoméstico o prenda de vestir que podría funcionar o estar en buen estado por más tiempo, dure menos? Pero la realidad es que la mayoría de los objetos que utilizas diariamente fueron manipulados de esa manera: desde la pantalla en la que lees estas palabras, hasta el foco de luz con el que te iluminas.
El mecanismo para asegurarse de que los productos se vuelvan obsoletos en un tiempo determinado es incluir mecanismos de fallo programados desde su fabricación. ¿Cuál es el objetivo de fabricar un producto diseñado para que se rompa? Básicamente que compres uno nuevo.
La obsolescencia programada no es un mito o un método al que solo recurren unos pocos fabricantes: la tendencia a reducir la durabilidad de los objetos comenzó el 23 de diciembre 1924, cuando un grupo de empresarios internacionales se encontraron en Ginebra para una reunión destinada a mejorar sus negocios.
Estuvieron presentes los principales fabricantes de bombillas eléctricas hasta el momento, que eran Osram, Philips, Compagnie del Lampes y General Electric. El grupo formó cártel Phoebus, un órgano de control para repartirse el mercado de la bombilla incandescente por todo el mundo. Si bien el grupo solo permaneció activo hasta 1940, su mayor legado fue el diseño de una bombilla eléctrica con una vida más corta, que los ayudó a aumentar sus ventas. Esa decisión nos afecta hasta el día de hoy.
Hasta 1923, una bombilla eléctrica tenía una duración aproximada de 2500 horas. Pero con la decisión del cártel y el nuevo diseño, desde 1924 comenzaron a durar solamente 1000. Aunque la medida salió a la luz, e incluso hubo juicios en contra de las compañías, ninguna bombilla con una duración mayor a 1000 horas volvió jamás a comercializarse.
Impacto ambiental
La manipulación de los objetos para que se arruinen y compremos otros nuevos no solo es un problema para los usuarios, que tenemos que gastar más dinero y tiempo. También tiene graves consecuencias para el planeta. Uno de los principales problemas de la Obsolescencia Programada es el abuso de recursos naturales con los que abastecer a escala mundial no solo los productos que las personas necesitan (o creen que necesitan), sino sus reemplazos cuando caducan.
Todos esos productos que desechamos, además, son depositados en la naturaleza, que no puede hacer frente al volumen de basura que aumenta día a día. Se estima, por ejemplo, que para 2017 los desechos electrónicos anual a escala mundial alcanzarán los 65,4 millones de toneladas.
En síntesis, la obsolescencia programada agota los recursos naturales fabricando objetos para una población que no los necesita, y destruye el medio ambiente, obligándonos a convivir con la basura, en defensa de un modelo económico basado en el consumo constante.
La certificación
Para comenzar a generar conciencia acerca de lo negativo que es para el planeta la obsolescencia programada, una organización con sede en España ha desarrollado recientemente un sello de certificación por el que pueden optar aquellas empresas que decidan fabricar sus productos permitiendo que tengan la mayor durabilidad posible.
Para certificarse, las empresas deben priorizar la compra de productos y la contratación de servicios respetuosos con el medio ambiente, fabricados sin obsolescencia programada, y producir sin obsolescencia programada todos los productos que vendan.
Además, deben cumplir con otros requisitos, como reducir el consumo energético y las emisiones de carbono, promover el comercio justo y el consumo responsable, facilitar el acceso a la información ambiental y promover la igualdad e integración social.
Este sello, en caso de comenzar a implementarse de forma masiva, podría ser revolucionario. En primer lugar, incentivaría a las empresas para que decidan tomar conciencia por el medio ambiente y abandonar la costumbre de volver poco durables sus productos para vender más. Además, ayudaría a las personas a poder elegir objetos sin obsolescencia programada. Pero lo más importante es que, si los productos que no se vuelven obsoletos rápidamente comienzan a ser reconocibles en el mercado, y las personas comienzan a decantar por ellos sus elecciones, todos los competidores se verán obligados a hacer lo mismo.
Ningún invento, ley ni un sello como éste son suficientes para solucionar problemas complejos como el daño al medio ambiente que se genera por el paradigma de consumo, pero poco a poco podemos entre todos allanar el camino hacia una nueva cultura sustentable.
Si te interesó este tema, puedes ver ¿desechar o reparar?, un corto animado que reflexiona sobre la importancia de valorar y reparar los objetos que tenemos.