El trastorno dismórfico comienza generalmente durante la adolescencia y afecta tanto a las mujeres, que suelen tener mayor preocupación y presión social por la apariencia física, como a los varones, quienes cada vez se preocupan más por su aspecto, especialmente por el tono muscular.
Se trata de una percepción alterada del defecto físico y, como consecuencia de este trastorno psiquiátrico, la persona lucha contra sentimientos de desesperanza, angustia profunda y serios problemas de autoestima.
La especialista Lauren Smolar explica que “el trastorno dismórfico corporal es más que sólo sentirse inseguro acerca de la apariencia física. Alguien que lucha contra este trastorno creerá que su defecto realmente influye en la forma en la gente lo ve, y puede estar excesivamente preocupado por arreglarlo”.
¿Cuáles son las conductas que prevalecen?
Las obsesiones principales de estos pacientes pueden centrarse en el peso corporal, el tono de la piel, cicatrices, el tamaño de los brazos o las caderas, la forma y el tamaño de la nariz, la forma de la cara, el cabello, entre otros.
Cuando el trastorno se presenta en niños o adolescentes, puede afectar el rendimiento escolar, aumentar el ausentismo (el niño no quiere ir a clase porque le da vergüenza), provocar aislamiento social, retraimiento, etc.
Las personas con trastornos dismórfico pueden pasar muchas horas del día mirándose al espejo, maquillarse excesivamente, y buscar métodos para ocultar el supuesto defecto físico. Contrariamente, puede tener una incapacidad de mirar su imagen en el espejo o una fotografía, eliminando todas las superficies reflectantes de la casa.
Es frecuente que quien padece este trastorno se someta a tratamientos dermatológicos, dentales, quirúrgicos u otros tratamientos estéticos a fin de corregir el defecto percibido. Pero el problema no suele desaparecer luego de las intervenciones y la persona se siente cada vez peor y vuelve, en muchos casos, a realizarse el tratamiento, cayendo en un círculo vicioso.
A veces la persona busca comprobar de manera compulsiva el defecto percibido. Para ello, busca opiniones de familiares y amigos. En otros casos, mantiene la obsesión en secreto. Son frecuentes también, las comparaciones con el cuerpo o el físico de otras personas, famosos, influencers, etc.
El trastorno dismórfico y los trastornos alimentarios
Es importante aclarar que no todas las personas con trastorno dismórfico desarrollan también, un trastorno alimentario. Pero cuando la obsesión y la distorsión pasan por la silueta (por ejemplo, percibir las caderas más grandes de lo normal, sentirse incómodo con el tamaño de la panza, etc.) la persona puede empezar a adquirir conductas propias de un trastorno alimentario.
Algunas de estas conductas son dejar de comer, hacer actividad física excesiva y extenuante o usar métodos purgativos (vómitos, laxantes, diuréticos). Todo esto le confiere una mayor gravedad al cuadro.
La coexistencia de ambos trastornos puede ser difícil de detectar ya que la sintomatología se superpone, especialmente si la dismorfia se da junto con anorexia. En este caso, el cuadro psiquiátrico puede exigir la necesidad de hospitalización.
Para hacer un correcto diagnóstico diferencial y no confundir un trastorno con otro, es imprescindible la evaluación detallada de un especialista y la intervención interdisciplinaria para su tratamiento.