Por Fernando Díez Ruiz, Universidad de Deusto
En este período insólito de confinamiento en el que nos vemos inmersos en la actualidad, no cabe duda de que tener la mente ocupada hace que el tiempo transcurra más rápido y nos aleja de estados de angustia, ansiedad o depresión. Son muchos los expertos que insisten en la importancia de establecer rutinas en la vida diaria que nos impidan estar ociosos y pensar demasiado en lo que nos rodea. Pero, ¿de verdad resulta tan beneficioso establecer rutinas?
Rutina es una palabra que proviene del francés, routine, que significa “costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática” (RAE, 2020). La rutina nos permite organizar nuestro tiempo de una forma práctica, automatizada.
Históricamente ha habido personas ilustres reconocidas por sus rutinas, como Nietzche, Karl Max o Emmanuel Kant. Este último era apodado “el reloj de Konigsbergh”, su localidad natal, y tenía por costumbre pasear todos los días a la misma hora, aprovechando los vecinos su paso por determinados lugares para poner en hora sus relojes.
Pues bien, con la COVID-19 acechando, nos hemos visto, de la noche a la mañana, obligados a recluirnos en nuestras casas. Hemos tenido que frenar en seco nuestra inercia cotidiana, para dar paso a una situación desconocida e insólita con repercusiones a nivel mundial. En este contexto, la rutina puede jugar el papel de aliado o de enemigo.
La rutina ahorra energía
Como aspectos positivos de la rutina, cabe destacar que nos permite alcanzar cierto nivel de orden y organizar nuestra vida, además de ganar tranquilidad, dormir mejor y obtener una mayor seguridad emocional. Por si fuera poco, la planificación reduce el estrés y la depresión, nos genera una estructura conocida y nos ayuda a movernos en nuestra “zona de confort”.
Por otro lado, la rutina nos ayuda a administrar mejor nuestro tiempo, de forma disciplinada, economizando esfuerzos. Funcionar con cierto nivel de automatismo, sin pensar, evita la sobrecarga cognitiva y nos ayuda a centrarnos mejor en nuevos aprendizajes y rutinas.
En ese sentido, podemos afirmar que con disciplina ahorramos energía mental, que podemos destinar al desarrollo de habilidades. Además, no hay que olvidar que las rutinas se transforman en costumbres, algo fundamental para mantener una actividad de manera prolongada en el tiempo.
Sin temor a equivocarnos, podemos aventurar que la repetición es la clave de la adquisición de hábitos. En un artículo que publicaba hace unos años la revista Personality and Social Psychology Bulletin, Wendy Woods y sus colegas de la University of Southern California (EE UU) aseguraban que el 40% del tiempo no pensamos en lo que hacemos: nos dejamos llevar por automatismos. Con la motivación suficiente, podemos modificar los hábitos. Aunque si estrujamos mucho la fuerza de voluntad y ésta flaquea, volveremos a caer fácilmente en esas rutinas grabadas a fuego.
Según Woods los estudios revelan que se puede tardar entre 15 y 254 días en convertir un comportamiento en hábito. Ahora que estamos confinados en casa, tenemos ante nosotros la oportunidad de adquirir hábitos saludables que en la vorágine de nuestras ajetreadas vidas nos costaba tanto establecer.
El riesgo del tedio y las adicciones
Como contrapartida, la rutina nos puede conducir a la monotonía, hacer que todos los días nos parezcan iguales, sin incentivos. Al final, corremos el riesgo de acabar perdiendo la chispa y aburriéndonos. Con el peligro que eso supone de caer en las garras de algunas adicciones peligrosas como el alcohol, las drogas, el juego o comer compulsivamente.
Para no llegar a este punto, hay que asegurarse que no decae nuestro ánimo. Pensar excesivamente en la situación generada por la pandemia puede derivando en un estado de ansiedad o depresión, que nos vuelve más vulnerables.
Cuestión de actitud
Está claro que tenemos la oportunidad de sacar provecho de la rutina, sobre todo si la aplicamos correctamente a nuestros horarios, higiene y cuidado personal. También podemos mejorar nuestra autoestima y avivar nuestra esperanza pensando en que todo esto pasará (que lo hará). Incluso aprovechar las circunstancias para ordenar algunos aspectos de nuestra vida, mantener el contacto con nuestros seres queridos, mantener una actividad física intensa y realizar actividades en común.
En cierto modo, tenemos ante nosotros una oportunidad única que no deberíamos dejar pasar. No hay que olvidar que las circunstancias no se eligen, pero sí la actitud que tenemos ante ellas.
El atleta norteamericano Jim Ryun decía que “la motivación nos ayuda a comenzar y el hábito a continuar”. Comencemos, pues, a planificar y poner en práctica rutinas que nos permitan seguir un ritmo diario. Eso sí, para evitar la monotonía no queda otra que combinarlas con cierta dosis de creatividad e innovación en otros aspectos de nuestro día a día.
Fernando Díez Ruiz, Profesor doctor Facultad de Psicología y Educación, Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.