La sociedad moderna líquida fue denominada de esta forma con mucha precisión por Zygmunt Bauman, quien hace varias décadas percibió de manera anticipada el tipo de sociedad en la que vivimos actualmente. Se trata de un formato social en el cual las formas de actuar de sus miembros cambian antes de llegar a consolidarse como hábitos y rutinas.
Los individuos tienen logros que no pueden solidificarse en conquistas duraderas, porque la volatilidad hace que los activos se transformen rápidamente en pasivos y las capacidades en incapacidades. Los condicionamientos requieren ser revisados y actualizados en forma constante, y tanto valor tiene el aprender como el desaprender.
Las planificaciones estratégicas comienzan a usarse menos, porque antes de ponerlas en práctica ya se las considera obsoletas, y resulta preferible ahorrar el tiempo que se invierte en elaborarlas, tomando decisiones más intuitivas y urgentes.
Dentro de estos parámetros, la vida actual es precaria y se desarrolla en condiciones de incertidumbre permanente.
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Un gran temor con el cual se vive cada día es la percepción de no poder acompañar la velocidad con que se mueven y transforman las cosas. No acompañar esa velocidad genera la preocupación de quedarnos rezagados y perder las oportunidades que solamente se pueden aprovechar si estamos entre los más rápidos e incansables.
Los constantes cambios y adaptaciones nos conectan con nuevos comienzos e intentos. Los comienzos generan expectativas y ansiedad; los finales, sinsabores, pánico, tristeza y sentimientos de pérdida que producen elevados cuadros de estrés, con sus consecuencias negativas.
Posiblemente los que mejor alcancen bienestar en estos tiempos sean los que se incorporan al concepto de que nada es permanente y todo está en constante proceso de desestructuración y cambio.
En estas sociedades cambiantes y agobiadas por la incertidumbre, predomina la cultura de no detenernos y correr todo el tiempo sin objetivos claros, con lo que generalmente obtenemos más cansancio que resultados.
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Pareciera que la frase de Ralph Waldo Emerson en su ensayo La prudencia expresa una sensación muy presente en la actualidad: “Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”.
Además, con el fenómeno de la globalización, todos corremos en una pista en la que participan millones de competidores, y donde la asimetría de posibilidades conspira contra los participantes menos preparados.
Desde mi observación, considero que lo primero que debemos hacer es aceptar la realidad en que nos toca vivir, y trabajar sobre nosotros para incorporar las aptitudes necesarias que nos permitan alcanzar nuestros objetivos sin perder calidad de vida.
Entre los atributos necesarios para esta carrera sin fin, debemos fortalecer la flexibilidad y salir de los paradigmas rígidos que, llegado el momento, puedan inmovilizarnos. Aprender a funcionar en estructuras cambiantes y adaptables, moviéndonos entre muchas posibilidades pero sin atarnos a ninguna y fluyendo como el agua.
Aprender a conocernos más, a autoobservarnos a fin de descubrir nuestras limitaciones y potenciar nuestros talentos. A convivir con la incertidumbre, la liquidez, la velocidad y desarrollar la capacidad de administrar de manera consciente la autoexigencia para que no se torne exagerada.