Cuenta una historia que hace cientos de años vivía en una aldea un anciano que era conocido por su sabiduría y, principalmente, por ser considerado un maestro de la tolerancia. Un día, un famoso y aguerrido samurái fue a visitarlo, con el deseo de mostrar a todos que, así como era el mejor en las artes marciales, también tenía la capacidad de desestabilizar al anciano.
Una vez en la aldea, comenzó a molestar, ofender e incluso insultar al Maestro durante varios días, sin que este reaccionara. Vencido, el samurái se arrodilló frente a él, le pidió perdón y se retiró reconociendo su superioridad.
Los alumnos del viejo maestro se aproximaron a él para saber cómo había logrado permanecer sereno ante tantas agresiones. El maestro sonrió y dijo a uno de sus ansiosos discípulos: Querido amigo, si alguien llegara y te trajera un regalo, al dártelo y vos aceptarlo, ¿quién se quedaría con el presente? Lo mismo ocurrió en este caso. Si yo hubiera aceptado su violencia, estaría conmigo. Al mantenerme tolerante, su violencia se fue con él.
La tolerancia es una actitud no pasiva, que se incorpora progresivamente a partir de la decisión de hacerlo. Requiere un trabajo de atención sobre nuestras formas de actuar y de entender a los demás, ya que existe una gran cantidad de automatismos adquiridos por influencias culturales y sociales que se suelen disparar con la velocidad de un rayo y pueden llevarnos a ser injustos, exagerados o poco inteligentes.
Pero tengamos en cuenta que incorporar una actitud tolerante no es sinónimo de tolerarlo todo: esa actitud debe estar relacionada con la ética y los valores fundamentales. De lo contrario, una tolerancia infinita al cabo de un tiempo terminaría con ella, en lugar de fortalecerla.
Algunos optan por mantener una constante y excesiva tolerancia para con los demás, acercándose a una frontera peligrosa, más próxima a la indiferencia o la complicidad que al justo criterio. Debemos incorporar y fortalecer una visión equilibrada y ecuánime, para saber aplicar límites necesarios sin perder la flexibilidad de una buena convivencia.
Los griegos consideraban la tolerancia como una virtud, un tipo de sabiduría que combate la estupidez y el fanatismo, ampliando la capacidad de comunicarse, integrarse y aprender a través del otro. Si todos respetamos a los demás y somos conscientes de su derecho a expresarse libremente, aplicaremos esta convención de civilidad que garantiza y protege las buenas relaciones humanas. Si actuamos de esta forma no será necesario recurrir a la tolerancia.
Sabemos que se puede vivir de muchos modos, pero también que hay modos que nos dificultan el vivir. En el ámbito de las relaciones humanas, nada está determinado y las ambigüedades siempre se hacen presentes. Seguramente coincidimos en que es imposible estar de acuerdo con todos. Sin embargo, en medio de la compleja diversidad de conductas y opiniones que nos rodea, podremos enriquecernos si mantenemos el principio de la tolerancia positiva.
Soy optimista: pienso que la propia evolución traerá progresos importantes en la capacidad de comunicarse y respetarse a pesar de las diferencias. De ser así, la tolerancia saldrá fortalecida entre las virtudes que nos ayudarán en esta compleja tarea de convivir.