Cuenta una historia que, en la redacción de un diario, había un periodista muy talentoso que tenía la tarea de escribir columnas sobre temas diferentes, atractivos y que generaran en los lectores momentos de análisis y reflexión constructiva.
Un día, el director, impactado por la cantidad de noticias poco felices, le encomendó la tarea de escribir un artículo sobre cómo mejorar o arreglar el mundo. Una nota que estimulara positivamente a los lectores.
El periodista aceptó el encargo. Como tenía tres días de plazo para entregar el artículo, confió en su talento y decidió utilizar los primeros dos días para descansar.
En la tarde del tercer día se abocó a la tarea. Se sentó frente a su escritorio y comenzó a escribir palabras sueltas y frases en un cuaderno, sin que surgiera la inspiración necesaria. Tomó un antiguo mapamundi, lo colocó sobre el escritorio y comenzó a observarlo con atención, como si en él estuviera la respuesta que buscaba.
¿Cómo arreglar el mundo...?, se preguntaba una y otra vez. El tiempo pasaba, el plazo para la entrega se extinguía, la respuesta no llegaba y su estrés crecía en forma proporcional.
Mientras cavilaba sobre el tema, se abrió la puerta y apareció su hijo. Un pequeño de diez años, que con ansiedad le pidió ayuda para terminar sus tareas escolares. El periodista le explicó que tenía trabajo que hacer y que por el momento no podía ayudarlo.
Pero el niño no quedó satisfecho y reclamó con tanta insistencia, que finalmente el padre tuvo una idea para calmarlo y ganar tiempo. Tomó el mapamundi que tenía sobre su mesa de trabajo, lo cortó en varios trozos y se los entregó al niño diciéndole: —Hijo, te propongo el siguiente juego. Vas a ir a tu cuarto y armarás nuevamente el mapamundi como si fuera un rompecabezas. Cuando lo tengas listo, te prometo que te ayudaré en tu tarea.
El niño aceptó y fue directamente a su cuarto para cumplir con el compromiso asumido, dejando al padre ensimismado en su trabajo. A los pocos minutos entró corriendo en la habitación, diciendo que ya lo había logrado, y en tanto daba saltos de alegría le mostraba a su padre el mapamundi que había reconstruido, pegando las partes con cinta transparente.
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El hombre, oscilando entre el orgullo y la duda, tomó el mapamundi, lo colocó sobre el escritorio y con cara de sorpresa le preguntó al niño cómo lo había logrado en tan poco tiempo. De inmediato, y con la simpleza que suelen tener los niños, respondió: —Papi, fue muy fácil. Vos no te diste cuenta, pero detrás de la lámina hay una figura de un hombre. Yo arreglé al hombre y de esa forma arreglé el mundo.
Esta historia nos enfrenta a la necesidad de reconocer que el mayor aporte que podemos hacer al mundo es cumplir con nuestras responsabilidades de la mejor manera posible, con entusiasmo, alegría y sentido solidario, siendo conscientes de que cada cosa que hagamos o dejemos de hacer, de alguna forma, tendrá consecuencias en nuestro presente y en las generaciones futuras.