La situación actual de emergencia global por el brote del COVID-19 nos lleva a una obligada necesidad de reflexionar sobre el sistema económico y de consumo al que estamos acostumbrados. La pandemia ha puesto en jaque la economía mundial, llevándonos a las puertas de una posible recesión producto de los llamados a la cuarentena, la reducción del contacto social para ralentizar la cadena de contagio y el cierre de algunos centros de abastecimiento.
Ante este panorama, lo único que se le ocurre a muchos es salir corriendo al supermercado más cercano a llevarse todo lo que se pueda, antes de que se acabe, para sobrevivir un par de meses, quizá más menos, sin poder ir a estos lugares a comprar.
Esto deja al descubierto nuestra dependencia e inmersión en un sistema económico obsoleto que se sustenta en la explotación del planeta y de las personas, creando devastación ambiental, individualismo y desigualdad. ¿Y los que no pueden ir ahora a llenar sus carros de despensa? ¿O estamos pensando en llevar solo lo realmente necesario para que alcance para más familias? ¿Acaso alguien ha pensado en no comprar y buscar otras formas de tener insumos en casa?
El COVID-19, al hacer evidentes estos fallos, nos permite replantearnos la manera en que hasta ahora hemos llevado nuestras relaciones económicas y sociales, y transformarlas de manera que podamos establecer una nueva relación de equilibrio entre seres humanos y, a su vez, entre estos y el planeta.
En medio de esta crisis, transformemos los patrones de producción y consumo actuales, a través de asumir un nuevo estilo de vida, basado en consumir menos y mejor que nos permita vivir en armonía con el medio ambiente y con las personas. Este estilo de vida puede basarse en:
- Producir nuestros propios alimentos a través de huertos urbanos que nos permitan contar con una fuente segura de alimentos en tiempos de crisis y que coadyuven a nuestra seguridad alimentaria.
- Incrementar la autosuficiencia, por ejemplo a través de crear por nosotros mismos los productos que necesitamos o adquirirlos de personas dentro de nuestra comunidad, que puede ayudar a reducir la ansiedad que se produce en momentos de crisis que provoca la compras de pánico.
Por ejemplo: producir por nosotros mismos artículos como jabón o champú en barra, conservas naturales, etc; o bien sustituir productos de supermercado más dañinos con el planeta, como toallas desinfectantes desechables, por opciones reutilizables, como toallas con alcohol.
- Promover modelos de intercambio o trueque para subsanar la falta de artículos que no tenemos capacidad de producir de forma individual pero que otras personas cercanas sí pueden.
- Organizar un modelo de consumo local que nos permita adquirir productos con menor huella ambiental (menos emisiones, sin empaques, de temporada, sin pesticidas, etc.), que satisfaga nuestras necesidades básicas, que nos permita crear comunidad y apoyar la economía de la zona. Para esto, podemos comenzar a detectar las necesidades de consumo de la localidad, colonia, ciudad, etc., y subsanarlas a través de negocios alternativos.
- Optar por la compra de artículos de segunda mano o donar aquellos que ya no necesitas, para que otras personas puedan darles una nueva vida, ahorrando recursos y beneficiando al ambiente.
- No permitir que la cuarentena nos lleve al sobreconsumo o a un uso excesivo de la tecnología, por ejemplo, no sobrepasar nuestro consumo regular de energía eléctrica o traspasar el modelo de consumismo “en tienda” a un hiperconsumo por internet.
En el marco de la crisis por el COVID-19 preguntémonos si podemos contribuir al desabasto de productos básicos que afectará a otras personas.