Nos encontramos rumbo a la extinción a un ritmo desbocado. La aceleración en las tasa de desaparición de especies es violentamente superior a la que se registró, en promedio, en los últimos 10 millones de años. De hecho, es mil veces superior.
Cada segundo de inacción política que avanza nos aleja de la meta climática necesaria: superar la barrera de aumento de la temperatura global en más de 1.5°C es colapso ecosistémico masivo y a escala global. Hoy, al año 2020, ya estamos encaminados a un aumento de la temperatura global de 2°C en el lapso de nuestras vidas.
¿Por qué? En algún punto de la historia reciente, para los gobiernos y las empresas, dejamos de ser personas, ciudadanas y ciudadanos, madres, padres, hijxs, vecinxs, compañerxs, enemigxs, para ser todas y todos sin excepción, consumidores.
El consumo se volvió el centro, el mantra, la verdad revelada que comparten ideológicamente todos los espectros políticos en el poder: izquierdas, derechas, centros, populismos, progresismos, nacionalismos, socialismos y comunismos.
Todas las reivindicaciones identitarias comparten una génesis ontológica muy sutil que no estamos cuestionando: el sistema no nos trata según lo que queremos ser. Nos trata por lo que podemos consumir.
Desafiar al modelo de producción y consumo en este tiempo de crisis es la madre de todas las batallas porque ninguna otra se puede ganar si perdemos esta. Justicia ecológica y climática es justicia social, pero nos quieren convencer constantemente de que no podemos lograr la segunda si defendemos la primera. Y para el neo-progresismo es casi lo mismo, y peor aún, porque la torta se corta y reparte aún entre menos personas.
El paradigma que hoy está en disputa dominó nuestra cultura a lo largo de los siglos que han consolidado a las sociedades occidentales, influenciando completamente al resto del mundo. Esta cosmovisión ordenó en la inteligencia colectiva una enquistada serie de ideas y valores que filtran la forma en la que vemos a la sociedad, aún sin tener plena consciencia de ello.
De forma muy peligrosa, ya lo estamos viviendo, el paradigma mecanicista naturalizó la creencia en un universo de piezas de engranaje, la de un cuerpo humano similar a una máquina, la de la vida en sociedad como una lucha competitiva por la existencia, la del progreso material ilimitado a través del crecimiento económico y tecnodependiente, y la de la utilización de las otras formas de vida para nuestro exclusivo beneficio.
Tan hondo caló, incluso en espacios académicos ambientalistas, la convicción de que la naturaleza está a nuestro servicio que reemplazamos su denominación por la de recursos naturales. El paroxismo de la paradoja es nuestra situación actual: estamos en crisis pandémica, ecológica y climática.
Y existen causalidades sistémicas detrás de la emergencia más enorme a la que se haya enfrentado la humanidad.