Por Malena Romero*
El confinamiento nos atraviesa y pone patas para arriba nuestro funcionamiento diario. Si bien durante los primeros días de encierro se trataba de algo nuevo, que puede haber generado sorpresa en muchos de nosotros, con el correr de los días se ha vuelto “corriente” y la ansiedad que podíamos sentir durante los primeros días parece ir disminuyendo, dando lugar a la apatía.
Sin entender bien por qué, es posible que algunos de nosotros hayamos experimentado un estado de indiferencia generalizada. Las actividades que hasta hace unas semanas llamaban nuestra atención ya no lo hacen, y no entendemos por qué hemos perdido el entusiasmo que solíamos tener. Los días cada vez se parecen más entre sí, y la imposibilidad de circular libremente parece estar teniendo consecuencias en nuestro estado emocional.
La cuarentena ha limitado nuestra libertad, las actividades diarias que solíamos realizar y que otorgaban sentido a nuestro día a día, hoy se ven restringidas. Ya no podemos tener la vida social y familiar a la que estábamos acostumbrados y la mayoría de nosotros ya no puede desplazarse a su lugar de trabajo. En cambio, trabajamos desde casa, los niños ya no van al colegio y todas las actividades pasan a realizarse en el mismo lugar (nuestro hogar).
Si bien seguimos gozando de la capacidad de actuar en función de nuestra propia voluntad (definición de libertad), no podemos hacerlo de la forma en la que lo hacíamos antes, dado que hay ciertas actividades que se encuentran temporalmente restringidas e incluso prohibidas.
De pronto, la libertad, derecho que solemos dar por sentado, se encuentra en el centro de la escena cotidiana y al verse trastocada, se pone en juego nuestro bienestar psicológico. La libre elección es eje de nuestra constitución como personas y frente al condicionamiento de la misma, aparece la apatía y esa falta de motivación y de sentido de la cual hablábamos anteriormente.
Es esperable que nos encontremos más irritables, y que nos molesten cosas que antes no lo hacían. Tenemos menos voluntad que antes y realizar tareas que parecían sencillas se vuelve más difícil. Nuestro mundo emocional se ve afectado, y nos cuesta identificar lo que sentimos e incluso pareciera que estamos carentes de emociones. Todo eso es esperable, estamos atravesando una situación inédita y nuestro cuerpo está buscando la forma de adaptarse a esta nueva realidad.
La falta de motivación puede conectarnos con el sinsentido y el vacío que acompaña a todo aquello que carece de dirección. Aún así, no deja de ser una gran oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos y poder otorgar un nuevo sentido a nuestro día a día, dedicarle tiempo a aquellas cosas que siempre disfrutamos y que en la vorágine del día a día no tenemos tanto tiempo para realizar.
Se trata de utilizar nuestra libertad de elección, dentro de un abanico de posibilidades más restringido al que solemos estar acostumbrados, a nuestro favor. Nuestra circulación se ve restringida, pero no así nuestros pensamientos, y tampoco la actitud con la que decidimos enfrentar la realidad.
Podemos elegir en qué queremos ocupar nuestra mente durante este tiempo, e intentar centrarnos en cuestiones que nos despierten interés, evitando caer en círculos viciosos de escenarios futuros sombríos, que si bien no existen en la realidad, podemos representarlos con tanto nivel de crudeza que pueden terminar afectando nuestro estado de ánimo.
Utilicemos este tiempo para descubrir aquellas facetas nuestras que desconocemos: el conocimiento siempre es poder, y no olvidemos que somos la herramienta más fuerte con la que contamos.
* Malena Romero es Licenciada en Psicología y Colaboradora de Aquí Estoy.