El escritor uruguayo Pablo Vierci no olvida ese día de diciembre de 1972 en que escuchó la noticia del hallazgo de los 16 sobrevivientes del accidente de los Andes. El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya había despegado 72 días antes desde Montevideo con destino a Santiago de Chile y se había estrellado en la cordillera. A bordo iban 45 personas, entre ellas el equipo del club Old Christians, familiares, amigos y cinco tripulantes.
Vierci, autor del libro "La sociedad de la nieve” (2008), en que se basa la película homónima, era amigo de varios de ellos. "Yo estaba en mi casa, en mi dormitorio, escuchaba la lista y estaba llorando y me reía. Lloraba de dolor, porque los chicos que adoraba no estaban en la lista y me reía por los que estaban vivos. Tenía el sufrimiento y la gloria simultánea. Creo que la película busca un poco eso, reconciliar esos opuestos”, reflexiona en entrevista con DW.
La cinta, dirigida por el español Juan Antonio Bayona, de la que Vierci es también productor asociado, está cosechando nominaciones y premios, y es la candidata española al Oscar. Fiel a los detalles, incorpora los escenarios reales del lugar del accidente y no evade temas complejos como la antropofagia, a la que debieron recurrir los sobrevivientes. Aunque la historia había sido contada previamente en películas, documentales, libros y reportajes, nunca había sido tratada con tal realismo. En palabras de Vierci, está generando un "tsunami emocional”.
DW: Esta película despierta una serie de reflexiones, más allá de los hechos. ¿Cómo decidieron abordar esta historia?
Pablo Vierci: Cuando uno se basa en una historia real como es esta, tiene que trascender los hechos. Estos son la base y hay que ser fiel y honesto, pero también hay una interpretación, una estética y una suerte de puente emocional entre el hecho y el espectador o el lector. Estamos un poco cansados de las ficciones apocalípticas, las distopías en que uno imagina el futuro de la peor forma, y el hombre se convierte en el lobo del hombre, como decía Thomas Hobbes.
Esta historia te habla de lo contrario, es como un antídoto. Son demasiadas penurias, es demasiado trágico, pero ahí surge la bondad, la generosidad y el coraje. Es bastante inédito, y lo hicieron chicos veinteañeros en el lugar más inhóspito del planeta.
A pesar de la tragedia, sale algo positivo de ella.
Efectivamente. El objetivo de este libro y de la película, que empezamos a trabajar con J.A. Bayona y las productoras Belén Atienza y Sandra Hermida en 2016, era que la historia no se cerrara, sino que quedara abierta, y que saliéramos de esa bipolaridad entre tragedia y milagro. Falta la palabra para esto, porque es las dos cosas al mismo tiempo. El objetivo es que se reencuentren esos dos mundos, que parecen opuestos.
¿Y cómo se pueden reencontrar?
La vida es agridulce por definición, porque la muerte es inherente a la vida. La película toca estos temas que no tienen respuestas definitivas. Está contada desde el punto de vista de veinteañeros que reflexionan sobre esto, cuando se supone que tienen la vida por delante, pero están en la cornisa de la vida y la muerte durante 72 días. Eso ayuda a crear esa sociedad de la nieve, que reprodujimos con la dureza que tuvo el rodaje por 140 días en plena pandemia en Sierra Nevada.
¿El vínculo personal lo llevó a escribir este libro?
Soy coetáneo de ellos, compañero de clase de Nando Parrado, y había chicos de otras clases, que conocía. Soy de ese barrio, de ese deporte y de ese club de exalumnos de un colegio de hermanos irlandeses. La coincidencia de que me gustara escribir y fuera de ese mundo, me generó una suerte de compromiso, de contar esta historia desde la cercanía. Escribo sobre cosas que no logro comprender del todo y esto nunca lo logré comprender del todo: cómo se forma esa sociedad tan generosa, cómo logran sobrevivir y superar el trauma. Además, siempre me generó mucho compromiso quién iba a contar la historia de los que no volvieron y colaborar con sus familiares, a quienes les faltaba un cierre.
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¿Eso marca una diferencia con películas y libros anteriores?
Sin duda. La consigna cuando empezamos a trabajar con Bayona y las productoras es que hay 16 vivos porque hay 29 muertos. Bayona tiene una sensibilidad muy especial y pudimos explorar para contar eso que nunca se había contado. Para eso teníamos que contar con la anuencia, la solidaridad y el acompañamiento de los sobrevivientes y de muchos de los familiares de los que no volvieron. Fuimos a verlos y les pedimos permiso para contar esta historia desde el punto de vista del hermano, del tío, y confiaron en nosotros.
¿Cómo fue la reacción cuando vieron la película?
Cuando la presentamos en septiembre de 2023 ante 360 personas, las familias de los sobrevivientes junto con las de los que no volvieron, hubo una gran reconciliación. No es que estuvieran distanciados, sino que comprendieron mucho mejor y se convirtió en un solo grupo. Fue la experiencia más conmovedora que tuve en mi vida. Surgió una empatía que se expresa en una suerte de emoción compartida. Los familiares se pusieron en el lugar de los sobrevivientes, y viceversa. Comprendieron que, así como estaban estos 16 sobrevivientes, podrían haber sido sus propios hermanos e hijos. Y ahora tantos millones de personas han visto la película y están sintiendo algo parecido. Es algo poderoso, bondadoso. El ejemplo de generosidad más extrema, que es el pacto de entrega mutua, que quiere decir que si yo muero puedes usar mi cuerpo para continuar con vida -cuando nadie hablaba de donación de órganos y del concepto de seguir vivo en otro-, y atravesar los Andes para contar qué ocurrió, es un poco la metáfora de la película. Es tan poderoso que explica un poco que se esté produciendo este tsunami emocional con una historia que ya se conocía.
Los personajes están retratados en múltiples detalles, ¿alguno que destaque en particular?
Yo destaco uno, porque es crucial y bastante simbólico. Lo hablé mucho con Roberto Canessa y con Nando Parrado. Cuando llegan al monte más alto, la cámara en la película muestra exactamente lo que se ve desde el sitio al que llegaron, a 5.000 metros de altura. En lugar de encontrarse con lo que ellos creían, los valles verdes de Chile o el océano Pacífico en el horizonte, ven el infinito de montañas. Nando le dice: "Mira allá al final, hay una zona más baja que aparentemente está sin nieve”, y Roberto no mira el infinito de montañas que es la muerte, y ellos famélicos, sin equipo, sino que mira a Nando, y lo que ve es un titán. Mira el coraje, la determinación y una voluntad más allá de lo humano, que capaz que él puede acompañar, y dice "lo veo”. Lo que está viendo es un ser humano con el que pueda lograr llegar allá y efectivamente lo logró. Ese es el detalle que más me emociona.
¿Qué lecciones podemos sacar como sociedad de esta sociedad de la nieve?
Para mí la fundamental es que, en la peor situación imaginable, cuando se quitan todas las capas con que adornamos el ego, lo que surge es un hombre bondadoso. En un paralelo con la pandemia, que parecía una metáfora gigantesca de lo que estábamos contando, te torna humilde porque tienes la muerte enfrente, te torna más generoso porque no hay salvación individual, y hay una búsqueda frenética de una luz al final del túnel. La tragedia dejó 29 muertos y dos vidas partidas como la de Nando, que perdió a su mamá y su hermana, y la de Javier Methol, que perdió a la mujer y madre de sus cuatro hijos, pero ahora son 160 entre hijos y nietos. Como dicen ellos, la vida prevaleció.
¿Por qué cree que esto fue posible?
No tengo una respuesta. Como dijimos con Bayona cuando empezamos con la película, estamos navegando en terrenos desconocidos y vamos a llegar lo más lejos que podamos, pero no vamos allegar a un destino final. Ahora la antorcha la tiene el espectador.
Su libro más reciente, "Tenía que sobrevivir”, sigue explorando estas interrogantes.
Así como "La sociedad de la nieve” es la visión coral, "Tenía que sobrevivir” toma un ejemplo concreto. Roberto Canessa es médico y se dedica a tratar niños con cardiopatías congénitas, a rescatar a aquellos que están decretados muertos, como a ellos los decretaron muertos en los Andes, escucharon en la radio que la sociedad los había abandonado. Entonces Roberto tiene la pulsión de que no les suceda a otros lo que les sucedió a ellos, que nadie los vino a rescatar. Y él es el rescatista de estos niños. Es muy emocionante y de una generosidad absoluta. Roberto trata todo tipo de niños, desde los más humildes, y utiliza la fama que le dio los Andes, por llamarlo de alguna manera, y llama a los mejores médicos del mundo, les manda la ecografía y todos le responden. Recién cumplió 71 años y esto lo hace todos los días.
"Yo me pregunto, ¿y esto no surgió en los Andes? Para mí sí, sin ninguna duda. Aquel chico de 19 años, estudiante de segundo año de medicina, es este médico de hoy. Nada es casual, todo es causal."
Fuente: DW.