No es necesario golpear a alguien para lastimarlo. Muchas veces, las palabras pueden hacer incluso más daño que los puños.
Sin embargo, no siempre medimos nuestras palabras igual que nuestras manos. Y por eso, podemos ir por la vida hiriendo a las personas solamente por “perder los estribos”.
Lee esta historia y, después, pensarás dos veces antes de dejar salir de tu boca palabras de odio y dolor.
Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Cuando se enojaba, decía todo lo que se le venía a la cabeza, sin pensar en las consecuencias que podrían tener sus palabras.
Su padre, viendo su actitud, decidió darle una enseñanza. por eso un día le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
La puerta rápidamente se llenó de clavos, lo que hizo que el muchacho viera cuántas veces perdía los estribos y terminaba diciendo muchas cosas fuera de lugar. Entonces, comenzó a aprender a controlar su genio.
Descubrió que, si lo intentaba, podía medir sus palabras e incluso, controlar su enojo. Incluso llegó un día en que no tuvo que clavar más clavos.
Viendo su progreso, el padre le dio un nuevo desafío: debía sacar un clavo de la puerta cada día que no perdiera los estribos, hasta que no quedara ninguno clavado.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. Era ciertamente un gran logro, pero su padre todavía tenía que darle una importante lección.
Lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: "has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Esa puerta nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero la herida permanece y ya no hay vuelta atrás.”
El muchacho pudo ver, entonces, que las palabras pueden dañar tanto como los puños y que las heridas que se hacen con una palabra no desaparecen por pedir disculpas.”Ahora hace falta trabajar mucho más para que la puerta se arregle. Hay que reparar cada agujero y muy difícilmente lograrás que quede como nueva. ¿Ahora entiendes?”
El muchacho entendió la lección, y a partir de ese momento nunca más salieron de su boca palabra hirientes.
¿Alguna vez tus palabras fueron como un clavo en la puerta? ¿O alguien te ha dicho palabras que te marcaron para siempre?
Si es así, entonces entiendes lo que la historia quiere decir. Tus palabras tienen consecuencias, por eso, debes cuidarlas. Como dicen los sabios, “eres amo de tus silencios, y esclavo de tus palabras”.