Lucinda Mamani Choque es una maestra de origen aymara que pareciera ser como todas las demás: cada día se levanta y se dirige a una escuela de la localidad rural de Calería, cercana a La Paz, en Bolivia, para enseñar a un grupo de alumnos y alumnas los contenidos que se proponen en el programa educativo. Sin embargo, tanto su vida cotidiana como su forma de enseñar son muy distintos a los que normalmente conocemos.
Todos los días Lucinda sale de la ciudad de El Alto, fronteriza con La Paz, en la que vive; y, para llegar a Calería recorre un trayecto que le lleva dos horas, a bordo de algún camión de los que cargan piedra caliza de una ciudad a otra, porque ningún transporte público hace ese recorrido. Ella dice que los camioneros ya la conocen, y no le importa el largo recorrido porque tiene un claro objetivo: transformar la vida de los niños por medio de la educación.
Pero el esfuerzo que hace para llegar al colegio no es lo único que la distingue. Lucinda tiene un método de enseñanza propio y muy particular, por el que fue reconocida este año como una de las mejores 50 docentes del mundo y nominada al Global Teacher Prize por la Varkey Fundation, un premio que contempla las historias de vida, los modos de enseñanza y los resultados obtenidos por profesores de todo el mundo, y que cuenta con un gran reconocimiento internacional y apoyo de instituciones muy importantes. La ganadora del premio 2016 fue anunciada por El Papa Francisco.
Los estudiantes de la escuela en la que Lucinda enseña provienen de familias campesinas, de ascendencia indígena y de bajos recursos. Enseñar para que estos niños puedan hacer respetar sus derechos y luchar por condiciones de igualdad en la sociedad es en sí un desafío. Pero el trabajo por el que fue reconocida Lucinda tiene que ver, además, con la promoción de la igualdad de género entre los estudiantes y en la sociedad.
Durante una elección de representantes estudiantiles, Lucinda notó que la participación de las mujeres era mínima, y de hecho era prácticamente nula exceptuando algunas áreas tradicionalmente vinculadas con ellas, como la danza. Por eso, se propuso trabajar con los niños para cambiar esa situación.
Según ella misma explica, en los últimos años, Bolivia ha dado grandes pasos en el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, pero todavía persisten altos índices de discriminación y violencia hacia mujeres y niñas que se agravan en el ámbito rural. En otras palabras, ser niña, pobre, indígena y campesina es una de las mayores exclusiones sociales que perduran en el país y en el continente.
Los datos lo demuestran: según un estudio de Unicef, un niño no indígena de una zona urbana perteneciente a una familia de ingresos se escolariza, en promedio, durante 14 años y medio. En cambio, una niña indígena de una zona rural perteneciente a una familia de bajos ingresos va a la escuela, en promedio, solo dos años.
El proyecto educativo de Lucinda, que comenzó con sus propios estudiantes pero se extendió a más de 30 escuelas del municipio, se caracteriza por no tratar la temática del género como una asignatura separada del resto, sino atravesar la temática en todas las materias.
Uno de los primeros pasos de ella fue dar a sus alumnos clases de teatro en las que los varones se ponían en la piel de sus compañeras para vivenciar los efectos del rechazo y la discriminación. Luego, cuando los chicos comenzaron a interesarse, comenzó a dar información y talleres sobre los derechos de las mujeres, y finalmente introdujo la temática en todas las asignaturas.
"En historia vamos analizando el pasado, cómo han sido vulnerados los derechos de las mujeres. En matemáticas, en lugar de trabajar con números fríos, utilizamos estadísticas como que somos el 52% de la población del país o el número de mujeres que sufre violencia, que según la Encuesta Nacional sobre Exclusión Social y Discriminación de la Mujer elaborada por la Coordinadora de la Mujer en 2015 es más de la mitad de ellas”, explica.
Más allá del reconocimiento internacional o de la cantidad de escuelas de su país y del mundo a las que pueda extenderse este proyecto, la historia de Lucinda, como la de Chris Ulmer y las de los otros 50 maestros que fueron reconocidos como los mejores del planeta, es un ejemplo de cuánto se puede incidir en la transformación social y en la conquista de derechos humanos a través de la educación.
La infancia es el momento de la vida en el que se define todo lo que sucederá después, por eso es fundamental que, si queremos transformar el mundo, comencemos por ella.