Durante toda nuestra vida nos enseñan a ser buenos y a ayudar a los demás. Creemos que lo que necesitamos como sociedad es que la gente sea buena, tenga educación y ayude a los demás. Sabemos que con eso las cosas cambiarían y tendríamos la vida perfecta que todos merecemos.
Sin embargo, por momentos parece que nunca llegaremos a ese punto, por lo menos no sucederá si continuamos comportándonos como nuestra naturaleza manda. La sociedad perfecta es una utopía que a veces parece imposible de realizar simplemente por el hecho de que somos celosos e irracionales, no por elección, sino por naturaleza.
¿Es esto cierto?
La sociedad perfecta existe en nuestros sueños, pero incluso utilizando la teoría es comprensible entender que nunca ser hará realidad. Tomemos el ejemplo de la teoría de Garret Hardin de 1968, en la que muestra nuestra renuencia a compartir equitativamente.
Él explica que si tres hombres encuentran un lago en el que los peces abundan y deciden guardar el secreto para ellos, tomando sólo el pescado necesario para subsistir, no pasará mucho tiempo antes de que uno de los tres comience a sacar provecho de la venta de peces sin decirle a los demás. Ese abuso es una cosa, pero si otro de los que conocen el lago se entera, eso es lo que terminará con el bien común. La gente prefiere perder un bien, antes que dejar que otra persona saque mayor provecho de ello.
La teoría de los bienes públicos sirve para explicar por qué necesitamos cosas como impuestos si es que queremos servicios públicos, pero también es una forma de entender nuestra naturaleza, porque no sólo demuestra que siempre habrá alguien que intente aprovecharse de los demás, sino que también la gente está dispuesta a perder bienes y servicios con tal de castigar al tramposo.
El libro "You are not so smart" de David McRaney lo explica de la siguiente forma:
Si alguien crea un fondo en el que la gente puede poner dinero, y después un experto lo multiplicará y lo regresará con ganancias, la apuesta ideal sería que todos pusieran el máximo y sacar la mayor ganancia. Por ejemplo, de 10 personas cada quien pone dos dólares, al final cada uno tendrá sus dos dólares de regreso más otros dos, acumulando cuatro dólares en total. Sin embargo, si alguien entra y aporta sólo un centavo o incluso entra sin aportar, al final serían 18 dólares de ganancia y se dividirían en $3.60 para cada persona, incluida la que no aportó nada.
Estos experimentos se han hecho muchas veces y siempre resulta en lo mismo. Al principio hay un crecimiento exponencial, pero pronto alguien descubre la forma de hacer trampa y las otras personas, si pueden castigarlo, lo hacen, y si no, también comienzan a hacer trampa, pues prefieren hacer eso antes de sentir que están siendo engañadas.
Según el libro, el sentimiento de compañerismo y de ayudar a los demás es algo que nos permitió evolucionar desde hace miles de años y esa sociedad perfecta que soñamos existió en el pasado, pero sólo aplica para pequeñas comunidades sin una estructura social compleja, pero en la era de la hiperconexión es imposible tener una sociedad sin personas que busquen estafar, hacer trampa o castigar a los demás.
¿Cuál es, entonces, la lección de todo esto? Podemos pensarlo de dos maneras.
A) Como lo demuestran los experimentos, la naturaleza social del hombre es mala y egoísta. No hay nada que podamos hacer, no tendremos un mundo perfecto.
B) Está en nuestras manos tener el mundo que deseamos, solo debemos cambiar esa forma temerosa de actuar.
¿Con cuál de esas premisas te quieres quedar?