En octubre de 2020, el estreno de Emily in Paris se convirtió rápidamente en un éxito de la plataforma. La comedia de diez episodios de Darren Star tiene como protagonista a Emily Cooper (una carismática Lily Collins, también productora), joven de vida ordenada en Chicago que debe abordar un nuevo desafío como asesora de marketing, cuando su jefa le solicita un traslado a París, para trabajar para una firma con marcas de lujo. De un día para el otro, Emily deja todo atrás para adentrarse en un mundo que le es completamente desconocido.
Mientras va conociendo cada rincón de la ciudad, lo va compartiendo en una red social de incipiente popularidad y, como consecuencia, con los espectadores. Así quedaba al descubierto el principal objetivo de la serie: trasladar al televidente a un mundo glam que no conocía de pandemias ni de confinamientos, y que eludía cada vez que podía los conflictos. Es imposible disociar el éxito de Emily in Paris del contexto en el que arribó a Netflix, uno en el que imperaba el escapismo, algo que la serie provee con creces.
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Los episodios no duran más de media hora, por lo que fácilmente se pasan de uno a otro. En cuanto a las líneas narrativas, en un guiño a El diablo viste a la moda, Emily lucha por ser aceptada por su nueva jefa, Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), quien utiliza la carta de las diferencias culturales para menoscabar su trabajo.
En un momento de la serie, la joven se enamora del chef Gabriel (Lucas Bravo), novio de la amiga que la ayuda a integrarse en ese nuevo lugar, Camille (Camille Razat); y también se incluye a un personaje como el de Mindy, confidente de Emily, para aportar la cuota de alivio cómico, algo que la actriz Ashley Park logra con creces, además de sumarle otras capas a una mujer más compleja que el resto sobre las que escribe el creador de Sex and the City para la producción que fue nominada al Globo de Oro y al Emmy, en medio de una fuerte controversia.
Terminando la primera temporada, Emily, al creer que Gabriel se irá de París, le confiesa su amor y ambos pasan una noche juntos. Pero esto no termina siendo como ella pensaba: a él le ofrecen ser socio del restaurante donde trabajaba, no rechaza la oportunidad y se termina quedando en la ciudad, pero generando un sismo en la vida de Emily, quien, al comienzo de esta segunda entrega, pasa su tiempo preocupada por su amistad con Camille, recientemente separada de Gabriel. Emily in Paris no es para nada algo sutil, todo es over the top, desde los looks de los personajes hasta la forma en la que los conflictos se generan y se resuelven.
Parece haber drama, pero en realidad es un espejismo. La solución a los inconvenientes siempre está al alcance de la mano, y un problema puede erradicarse con, por mencionar un caso, un desconcertante homenaje a Jules et Jim de François Truffaut que no pasará inadvertido. La serie regresa poniendo el foco en la vida romántica de su protagonista, quien ahoga sus penas en, por ejemplo, un viaje a Saint-Tropez en el que la serie ratifica su necesidad de convertir al espectador en voyeur.
La segunda temporada de Emily in Paris hace una movida astuta cuando reingresa un inesperado personaje para cambiar el relato en una de sus aristas menos exploradas: los pormenores del trabajo de Emily con Savoir. Un cambio rotundo que se produce obliga a la joven a asumir mayores responsabilidades, y a vivir con las consecuencias de una inminente decisión que la pone entre la espada y la pared. Ese sentido de urgencia es bienvenido para una ficción liviana, ya que abre el abanico y le da a su personaje central -y a quienes lo rodean- posibilidades narrativas de mayor vuelo.
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Asimismo, en esos pasajes Collins demuestra que no solo es carismática y puede ponerse una comedia al hombro, sino que también hay una actriz dramática que busca, en ocasiones, salir a la superficie. La serie que protagoniza, al menos por ahora, parece estar escuchando ese pedido de fugaz disrupción.
Fuente: La Nación.