Durante más de 100 años, un misterioso fenómeno en la Antártida desveló a los científicos: las "cascadas o cataratas de sangre" del polo sur.
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Ubicadas en los Valles Secos de McMurdo, fueron descubiertas en 1911 por el geólogo australiano Thomas Griffith Taylor. Se trata de unas corrientes de agua rojiza que caen misteriosamente en un sector del hielo.
Los primeros grandes aventureros y exploradores que se adentraron en la Antártida creyeron que el tono rojizo se debía a unas algas de ese color, pero esta teoría fue posteriormente descartada.
Recién en 2016, un equipo financiado por la National Science Foundation postuló una nueva respuesta: 5 millones de años atrás, el nivel del mar habría crecido inundando la Antártida, y así se habría creado un lago de agua salada que luego quedó atrapado bajo el hielo. El agua salada, incapaz de congelarse, brotaba hacia afuera, y su tonalidad rojiza se debía a la concentración de hierro presente en ella.
Ahora, llegaron a la que parece ser la respuesta final. En algunos aspectos se parece a esta última teoría, pero en otros se diferencia.
Según el estudio, se descubrió que existe un canal de agua salada con componentes de hierro por debajo del glaciar de Taylor que tenía su salida por la cascada.
A pesar de que las temperaturas medias anuales son de -17 °C, y de una limitada superficie derretida, el agua del canal fluye. Y la presencia concentrada de hierro hace que, cuando aflora a la superficie en forma de cascada, se oxide y le brinde su color.
Los glaciares de la Antártida son una fuente de maravillosos tesoros que brinda la naturaleza. Pero aún así, no están siendo lo suficientemente protegidos. ¿Detendremos el daño a tiempo, antes de que sea irreversible?