"Desde la panza que eras así", me decía muchas veces mi mamá cuando de pequeña me movía inquieta por toda la casa, correteando de aquí para allá en algún juego incomprensible a sus ojos. Hoy, de adulta, si miro hacia atrás veo con ternura a esa niña de trenzas largas y despeinadas. Pero también la recuerdo con nostalgia porque siento que muchas de sus más lindas cualidades, aunque sé que están ahí, ya no son tan espontáneas como antes. Quisiera poder tener algunas de sus capacidades más a la mano; no quisiera que ella se vaya del todo de mí.
Conectarte con tu niña no es algo inmaduro como quizás pienses. ¡Es vital! En lo personal, me ayuda a entender de dónde vengo, qué han querido los demás que yo sea, qué cosas me hacían feliz, por qué me hacía sentía triste... ¡Es increíble reconocer esas mismas cosas hoy! Claro que no aparecen de la misma forma, pero ahí están, como un recordatorio de lo que fui, de lo que soy, y de lo que me espera; como un gran aprendizaje.
Por eso busqué, busqué y seguiré buscando la manera de volver siempre a mi niña, como si se tratara de un refugio solo para mi; un lugar que me deje recordarme, abrazarme, entenderme, y sentirme más yo que nunca. Y hoy quiero compartir esa búsqueda con vos, dándote algunos consejos que fui descubriendo para que tú también te animes a ir a tocarle la puerta a esa niña interior que vive dentro de tu corazón.
1. Vuelve a mirar el mundo con asombro
Para un niño o niña, todo lo que hay a su alrededor es increíble; no importa qué tan grande o pequeño sea, cualquier cosa es motivo de asombro. Mantén tus ojos abiertos y la mirada atenta. ¿Te animas a volver a mirar el mundo con amor? No dejes que la rutina te quite la posibilidad de sentir curiosidad; de hecho puedes servirte de ella como una herramienta que te lleve a mirar más allá de tu zona de confort.
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2. ¡Juega!
Si hay algo hermoso de la infancia es el juego. Pregúntate si como adulto tú también te das la posibilidad de jugar, de divertirte, de no dejar que las responsabilidades te aplaquen el sentido del humor y la espontaneidad de acercarte a otros, tal como un niño hace con otro al invitarlo a jugar.
3. Deja libre tu imaginación
¿Alguna vez de niño o niña te has tumbado a mirar el cielo y a descubrir formas extrañas en las nubes? Eso se llama imaginación. Jugar a que eres otra persona, estás en otro lugar o que algo tan común como un paño de limpieza puede ser una alfombra voladora increíble, es pura imaginación, ¡y no debes dejar que desaparezca! La imaginación es la capacidad de crear algo donde no hay nada, de pensar alternativas, de ir más allá de lo posible. Si vuelves a ponerte en contacto con ella quizás hasta llegues a pensar o desear cosas que nunca te has permitido hasta ahora.
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4. Deja atrás los prejuicios
Un niño o niña, de pequeño, no entiende las diferencias como lo hacen los adultos. No juzga sin conocer, no tiene preconceptos. Puede jugar con quien sea, e incluso preguntarle por curiosidad si hay algo en el otro que le llame la atención. ¿No sería bueno que volvamos a esta mirada? Puedes acercarte a tu niña y recuperar esa manera de acercarte a las personas, para no dejar a nadie afuera sin antes darte a ti mismo la oportunidad de conocerla.
5. Quítale el fantasma a la ingenuidad
En el mundo de los adultos, la ingenuidad es muy mal vista. Alguien ingenuo es alguien muy confiado, que piensa bien de las personas y actúa sin tener en cuenta que pueden aprovecharse de su bondad. ¿Acaso es que está mal actuar así, o es al revés? Las experiencias que nos va dando la vida nos enseñan a protegernos más; pero eso no tiene por qué ser sinónimo de pensar siempre que el otro, antes que cualquier otra cosa, puede dañarnos. Ejercita relacionarte de forma genuina, pensando bien de quien tienes en frente. No te preocupes que tu experiencia adulta sabrá avisarte si algo no anda bien, pero funcionará mejor si no te pones ningún condicionamiento antes.
6. Di gracias y perdón
Una y otra vez, de niños nos enseñaron muchas cosas. A saludar, a agradecer cuando alguien tiene un buen gesto con nosotros, y a pedir disculpas si hicimos algo mal. Quizás para algunos padres, éstas son solo "buenas costumbres", pero es mucho más que eso. Tiene que ver con desarrollar la empatía hacia el otro. ¿Qué nos ha pasado con eso como adultos? Ejercítalo y verás que te sentirás mucho mejor, y la gente a tu alrededor se sentirá más a gusto contigo.
Además, un niño no sabe de rencor. Si perdona, da una nueva oportunidad. Vuelve a jugar con el o la que lo lastimó sin querer. ¿No nos convendría dejar un poco de lado el orgullo que solemos tener hacia los demás?
7. Entusiásmate
Un niño suele estar bien predispuesto para jugar, para salir a caminar, para experimentar. Es espontáneo, los planes nuevos lo estusiasman, los desafíos lo convocan. ¿Qué tal volver a intentar esto? ¡Le pondrá picante a la vida!
Nuestra niña está ahí aunque no la veamos: nos pide ser libre, quizás nos pide contención, un abrazo, atención, un mimo, o cualquier otra cosa que de niños nos faltó. ¿Te animas a escucharla? Ella tiene la clave para sanar y aprender. Acepta lo que fue, toma lo mejor y haz que tu niña vuelva a vibrar con alegría dentro de ti.
Ejercicio de visualización para reencontrarte con tu niña
Si necesitas materializar tu reencuentro te recomiendo que hagas una visualización. Toma una foto de ti de niña. Mírala con tranquilidad en un sitio donde puedas estar sola y cómoda. Observa todo, cada detalle. Ahora imagínate a ti, caminando lentamente hacia esa niña. Imagínate cómo la observas, qué está haciendo, cómo se mueve y qué hace frente a tu presencia. Siéntate cerca de ella. Pregúntale cómo está, qué necesita y qué la haría sentir bien. Quizás te emociones; y eso está bien. Puedes sentir tal vez angustia, dolor, felicidad... Deja que salga la emoción que te genere.
Contéstale, si así lo sientes. Explícale, si es que lo necesites. Pero no olvides abrazarla, sonreirle y agradecerle por haberte enseñado a ser quien eres ahora.