Muchas veces nuestro sueño está más cerca de lo que creemos; simplemente son los miedos los que nos impiden descubrir la oportunidad para emprender eso que siempre quisimos.
Carolina Carcamo Asencio es una joven chilena que hacía dos años que trabajaba en la limpieza y mantenimiento de los veleros de Puerto Montt, al sur de chile. Un día como cualquier otro, dos australianos llegaron en velero hasta allí, y su historia cambió para siempre.
Ellos viajaban hacia Ecuador y desde ahí, hasta Australia, pero necesitaban alguien que se sumara a su tripulación para trabajar en su velero. Ella no se animó en el momento a decir que sí, pero prometió que lo pensaría.
Carolina nunca había salido de su país, no sabía nadar y tampoco hablaba inglés. Gracias a su trabajo en el puerto, sabía que debería pasar momentos difíciles en medio del océano, sin ver tierra por mucho tiempo y junto a personas de una cultura muy diferente a la suya. Pero el entusiasmo hizo que esa oportunidad se volviera para ella, un desafío ineludible. Así fue como lo pensó y finalmente decidió renunciar a su trabajo para tomar un vuelo a Ecuador y comenzar su primera gran aventura.
Durante un mes, Carolina y sus compañeros prepararon el velero para la navegación, y finalmente zarparon hacia Galápagos, donde estuvieron alrededor de un mes hasta continuar por las islas marquesas, un archipiélago en la Polinesia Francesa. Allí realizó el primer esnórquel de su vida.
Durante el viaje, los tripulantes se turnaban para timonear e ir ajustando las velas según el viento. En las noches, la luna llena y el cielo completo de estrellas hacían, de esa aventura, una imagen inolvidable en su memoria.
Luego de tres meses de viaje, Carolina sintió que debía dejar el velero. Y así lo hizo. “Sentía vértigo en mi estómago con el solo pensar que iba a dar un salto al vacío, a lo desconocido, sin saber qué iba a suceder y sin tener ningún plan, pero sentí que en ese momento comenzaba mi aventura”.
Así fue como sola, desde una isla en medio del océano, sin poder hablar en su idioma y con muy poco dinero, se decidió a cruzar el Pacífico.
En su búsqueda, Carolina dio con un anuncio donde necesitaban un tripulante para trabajar en un velero hacia Nueva Zelanda. Pero aunque quiso tomar ese trabajo, las circunstancias se lo impidieron.
Sin embargo, y a pesar del miedo que por momento le generaba la situación, Carolina se fue encontrando con muchas personas que la ayudaron y acompañaron desinteresadamente. Desde un sitio donde hospedarse, hasta comida, abrigo, ¡e incluso dinero!
Así, Carolina continuó su viaje, navegando junto a otros viajeros que la fueron guiando y acompañando en su aventura.
Su recorrido la llevó en un velero rumbo a Fiji, donde consiguió trabajo en la tripulación. Su indecisión casi la hace no subir al barco, pero entregó su destino a un “cara o seca” con una moneda, y el azar decidió que su viaje debía continuar.
Carolina llegó a Fiji tan solo con 50 dólares. Allí acampó en la playa y consiguió trabajo en los yates que amarraban en las cercanías. Viviendo allí conoció de cerca la realidad de Fiji, y la sorprendió el contraste entre la realidad del yate para el que trabajaba y la situación de pobreza de la población local. “Era como estar en dos mundos distintos en el mismo día, a solo un par de minutos de distancia entre uno y otro”, señala.
Luego de dos meses, Carolina tomó un velero y llegó a Nueva Zelanda, habiendo recorrido 7.371 millas navegadas desde Ecuador.
Al volver a Chile, el acento de su idioma, las calles y especialmente su familia le devolvieron ese sabor de sentirse de nuevo en casa. Pero su inquietud la hizo volver a viajar. Hoy trabaja como tripulante en un catamarán del Caribe, pero está muy ansiosa por dar un nuevo salto al vacío, y volver a arrojar la moneda en búsqueda de una nueva aventura.