Han pasado 6 años desde que un terremoto desató un tsunami que causó el colapso de la planta nuclear japonesa Fukushima-Daiichi. Tres reactores nucleares se derritieron y se produjo la mayor liberación histórica de radiación al agua.

Pero éste no ha sido, como aun se cree, un hecho que ha quedado enterrado en el pasado. La radiación que en ese momento afectó a toda la región y obligó a la mayoría de sus habitantes a migrar en búsqueda de otro sitio para vivir, continúa expandiéndose por el mundo y marcando la vida incluso de quienes no han nacido todavía. 

Según se ha comprobado, el vertido de aguas con alta radiactividad al Océano Pacífico continúa hoy en día. La  central sigue sin estar correctamente controlada y todavía no se puede entrar en los reactores, que están fundidos por el alto nivel de radiactividad. Además, la contaminación radioactiva se ha expandido por las corrientes marinas, afectando a las especies de peces y algas, y a las personas que de ellos se alimentan o que hacen de ése, un medio de subsistencia. 

Se estima que son alrededor de 300 las toneladas de desechos radiactivos que llegan al Océano por día. La fuga aun no ha podido ser sellada, ya que resulta inaccesible para las personas y los robots, incluso, por las altas temperaturas. 

Por esto mismo, los científicos aseguran que el Pacífico ya es altamente radioactivo; por lo menos de 5 a 10 veces más que cuando el gobierno de los Estados Unidos arrojó bombas nucleares en él durante la Segunda Guerra.  

De hecho, es tan alta la radiación que uno de los robots con cámara que se había enviado a realizar el seguimiento y limpieza de uno de los reactores tuvo que ser retirado. Con esos niveles de radiación se calcula que una persona podría perder la vida en solo 2 minutos. 

Pero la radiación no se queda estática. En Canadá los peces comenzaron a tener problemas como sangrados por sus branquias; en Estados Unidos, las estrellas de mar se desintegraron; y en las playas de California la radiación aumentó en un 500%, poniendo en peligro todo el ecosistema oceánico. 

De hecho, un estudio de Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI), indica que se ha detectado en los Estados Unidos el cesio 134, que se conoce como la "huella dactilar de Fukushima".

Todo lo que rodea Fukushima Daiichi continúa en peligro y, según se calcula, el desmantelamiento del reactor llevará 30 ó 40 años; y podrían tardarse alrededor de 300  para que desaparezca la radiactividad liberada en el Océano Pacífico después del accidente.

Las acciones para contener la radiación son cotidianos, pero difíciles, peligrosas y, por eso también insuficientes. Sí se lograron retirar alrededor de 1.500 barras de combustible de un tanque de almacenamiento dañado; se han bombeado 720 toneladas de agua contaminada; muchos de los escombros contaminados se ha eliminado; y los niveles de radiación en general han disminuido. También se ha intentado hacer una "pared de hielo" a modo de contención congelando el suelo. 

Pero queda mucho por hacer. Y, de las casi  120.000 personas que vivían en Fukushima y sus alrededores que fueron desplazadas por el accidente, solo muy pocas han vuelto. Además, los pesqueros cercanos permanecen cerrados y eso también pone en jaque la fuente de ingreso de muchas personas. 

Para los trabajadores y los habitantes, la radiación es un enemigo cotidiano. 

Sin embargo, solo entre el 2015 y el 2016 se han puesto en funcionamiento 15 nuevos reactores nucleares en el mundo. Parece que aun no hemos aprendido lo suficiente. Un reactor nuclear implica emisiones de radiación (contaminación radioactiva), impactos a nivel salud pública, residuos peligrosos y accidentes.

Fukushima debe ser un ejemplo de que no solo es importante, sino vital y necesario cambiar nuestro paradigma energético, ubicando a las energías renovables en el centro de la escena.



















Los jabalíes de Fukushima poseen niveles de radiactividad de cesio de -137, lo que repersenta 300 veces más de los estándares considerados seguros para la vida de las personas.