A mí también me pasó. Después de terminar mi última relación pasé por una etapa donde viví todas las emociones posibles: tristeza, enojo, decepción, etc, etc. "¿Por qué no me quiere?" "¿Por qué no valora todo lo que hago, todo lo que soy?". Fue un proceso largo y doloroso también. Siempre es difícil separarse de alguien con el que aprendimos a estar. Las cosas positivas, con el tiempo, crecen; y las negativas, parecieran minimizarse. Pero por alguna razón esa relación tuvo un final, ¿no? Y aunque eso no quita la posibilidad de un encuentro futuro en algún momento o lugar, todo el aprendizaje que vivimos necesita ser asimilado para crecer y seguir adelante hacia un nuevo amor.
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Por eso, después de todo este tiempo, le escribí a Pablo una carta y hoy te la comparto también a ti, deseándote que pueda ayudarte a entender que incluso lo que ves como el fin del mundo, ¡es en nuevo comienzo!
Amor, Pablo, "vida" (como me gustaba decirte):
Pasó casi un año desde que nos despedimos esa vez en la puerta de casa. Todavía recuerdo verte de espaldas subirte al auto con tus cajas repletas de planos. Pensé que ésa sería la última vez que te vería así. Y lo fue. La vida, el destino o el azar, quiso que no volviéramos a cruzarnos. Te mentiría si dijera que secretamente nunca esperé verte por casualidad y abrazarte fuerte. Aún extraño esos abrazos.
Ese día que te fuiste sentí que el mundo (o mejor dicho, mi mundo) se venía abajo. Nunca me dolió tanto el pecho. Lloré como si volviera a ser una niña que acaba de golpearse andando en bicicleta y no hay dulce que la haga olvidar su dolor. Como ese llanto entrecortado que es mezcla de quejido, de enojo, de impotencia. Porque hubiera querido seguir intentándolo en el fondo. Porque hubiera querido más con vos, mucho más.
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No quiero mentirte. Te odié por mucho tiempo. Me llenó de bronca que no supieras valorar el amor que te tuve, las cosas que siento que hice por los dos, lo que cambié. Esperé mucho de ti, eso es verdad. Sobre todo esperé un amor de esos que te cuidan porque saben que vales oro. Amé tu libertad, eso sí. Amé tu independencia. Te amé, y mucho. Eso pensé, eso sentí siempre. Pero hoy me doy cuenta de que no te amé como creía. Porque todavía necesitaba aprender algo más importante aún.
En este tiempo comprendí que el amor más sincero y profundo es el que me tengo a mí misma. La fidelidad, la sinceridad, la incondicionalidad solo puedo esperarla de mí. Aprendí a ser mi mejor compañera, mi amiga, la que conoce qué me hace reír, la que sabe qué me hace bien cuando me siento mal, qué canción disfruto al despertar... Y todo eso que conocí, o que volví a conocer de mí este tiempo, te lo agradezco.
Porque sentir que no me valorabas fue el primer paso para volver a mí, a entender y abrazar todo lo que soy. Fue el puntapié para preguntarme si yo estaba realmente queríendome lo suficiente a mí misma, si estaba aceptando de verdad quién soy. Decidir alejarme fue entender que yo merecía un amor distinto al que tuvimos, al que yo también construí.
Hoy siento que haber sentido que no me valorabas lo suficiente me dio el impulso que necesitaba para ser más yo. Por eso, hoy, a un año de ese día en que juntaste tus cajas, ya sin rencor, pero sí con ese gusto amargo que siempre me producen las despedidas, te escribo para agradecerte por haberme mostrado lo que necesitaba ver. Hoy siento que crecí y espero que desde donde estés, tú también lo hayas hecho, y que esto haya sido lo mejor para los dos.
Siempre voy a quererte y desearte lo mejor, otra cosa me sería imposible. Al fin de cuentas, la vida es esto, ¿no? Aceptar, soltar y seguir adelante. Llevaré siempre conmigo todo lo que aprendí. Gracias.
Te abrazo,
Tu Vera.