Para comprobar el poder de sanación que hay en nuestro cuerpo basta con algo tan simple como observar la manera en que una herida se cicatriza de a poco, con el correr de los días. Todo el tiempo existen movimientos imperceptibles en nuestro interior que tratan de equilibrarnos, cuidarnos, mantenernos saludables.
La medicina puede ayudarnos, claro que sí, pero el poder de sanación primero está dentro de cada uno de nosotros, y esto también incluye lo emocional. Pues somos seres íntegros, enteros, donde lo que sucede en uno de nuestros cuerpos -ya sea físico, mental o emocional- repercute en los demás. Si no, no podríamos explicar por qué el estrés, que es una reacción física frente a un peligro real, se produce cuando nos preocupamos o sobrecargamos de tareas, ya que técnicamente ese peligro real no existe como tal.
A nuestro alrededor también nos rodean fuentes de energía vital de las que podemos servirnos cuando lo necesitamos. Esa energía vital algunos la conocen como "prana", "chi" o "ki".
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Podemos tomar prana mediante la respiración, por ejemplo, o también del sol, la tierra, el agua, los alimentos, la naturaleza, los cristales y los lugares sagrados, entre otros.
En verdad, constantemente tomamos energía vital de alguna de esas fuentes, pero no somos conscientes de ello. Por ejemplo, mientras lees esta nota estás respirando, aunque no le prestes atención. Si te sientes mal, física, mental o emocionalmente, quizás necesites tomar más prana y redirigirla a esos puntos particulares que sientes que precisan más energía.
Pues de eso se trata este ejercicio de la luz sanadora, de que tú puedas hacer consciente hacia dónde diriges la energía que tomas para sentirte mejor.
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Para hacerlo, busca un lugar cómodo y tranquilo. Enciende una vela y ponla delante de ti. Apaga la luz y quédate en silencio por unos minutos. Concéntrate en tu respiración, en cómo el aire entra lento y sale lento por tu nariz.
Ahora, en tu próxima inhalación, lleva tus manos cerca de la vela, a una distancia que te permita sentir su calor con tus palmas sin quemarte. Inhala y exhala varias veces, percibiendo el calor del fuego. Ahora, al inhalar, visualiza cómo esa energía ingresa por tus manos y, al exhalar, llévalas hacia donde creas que más lo necesitas.
Puede ser tu cabeza, tu estómago, tu espalda, tus ojos, tu corazón, o cualquier otra parte de tu cuerpo donde sientas dolor o donde puedas ubicar una emoción que te afecta. Por ejemplo, tu garganta si crees que tienes algo atragantado que no puedes o no te animas a expresar; o tus piernas, si crees que no estás avanzando hacia donde te hace feliz. Recuerda: somos uno; no veas todo por separado. Lo físico tiene su correlato emocional, y viceversa.
Cierra tu meditación luego de unas cuantas veces de repetir esta dinámica de inhalar y llevar mentalmente la luz con el calor de tus manos adonde necesites sanar.
Apaga la vela y tómate unos minutos para agradecer y para pedir aquello que sientas que es importante. Escúchate sin juzgar. Deja que tu corazón tome el mando con cada latido para activar tu propio poder de sanación.
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