Por: The Conversation.
Francisco Ángel Espartero Briceño, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
La lluvia de estrellas más famosa del año fue relacionada por la iglesia católica desde la Edad Media con las lágrimas que vertió San Lorenzo durante su martirio en la hoguera, un 10 de agosto del 258. Este fenómeno celeste no es único. La verdad es que ni son estrellas fugaces ni tampoco es un acontecimiento místico: son lluvias de meteoros.
Cada lluvia de meteoros recibe un nombre que asocia este fenómeno con una zona del cielo llamada radiante, donde parecen converger la dirección de los meteoros que penetran en nuestra atmósfera. En el caso de las Perseidas, el radiante está en la constelación de Perseo, de ahí su nombre, y los meteoros en cuestión proceden del cometa 109P/Swift-Tuttle. Estos objetos normalmente se desintegran en la atmósfera entre los 100 y 80 km de altura con una velocidad que ronda los 200 000 km/h.
Cada año, desde el 17 de julio al 24 de agosto, esta lluvia de meteoros está activa, aunque la probabilidad de ver meteoros se va incrementando diariamente hasta llegar a su punto álgido. Según qué año, varía entre el 11 y 13 de agosto. Según la IMO, en 2021 su máxima intensidad corresponde a la madrugada del 11 al 12 de agosto. A partir de aquí su intensidad va disminuyendo.
Origen de las lluvias de estrellas
Durante todo el año, se pueden observar distintas lluvias de meteoros desde cualquier punto de nuestro planeta. Este fenómeno tiene su origen mayoritariamente en las partículas que desprende un cometa al acercarse al Sol. Estos restos permanecen en el espacio tras la trayectoria del cometa, de forma que cuando nuestro planeta, en su movimiento alrededor del Sol, se cruza con ellos, estos restos cometarios impactan con la atmósfera a tal velocidad que literalmente arden y podemos observarlos como estrellas, espontáneas y fugaces.
A lo largo del año se pueden contabilizar varios cientos de lluvias de meteoros, aunque se consideran bien establecidas alrededor de un centenar.
Los cometas son objetos compuestos principalmente por agua, hielo seco, amoniaco, metano, hierro, magnesio, sodio y silicatos. A veces se dice que un cometa está formado por hielo sucio, debido a esta mezcla tan particular. También se cree que están formados por los restos primitivos que constituyeron la formación del Sistema Solar.
Los cometas tienen distinto tamaño, composición y proceden principalmente del cinturón de Kuiper y la nube de Oort, en el exterior de nuestro Sistema Solar. Estos objetos orbitan alrededor del Sol, con periodos muy diferentes: a veces de solo unos años y otras veces, cuando pasan cerca del sol, modifican su órbita y se pierden en los confines del espacio.
De meteoros a meteoritos
La variedad cometaria deja restos desiguales, lo que provoca que los meteoros que impactan en la atmósfera sean también diferentes tanto en intensidad, como en velocidad de impacto, color e incluso tamaño. Cuando un meteoro es muy brillante y supera incluso el brillo del planeta Venus, se le denomina bólido. Algunas veces estos objetos disponen de suficiente masa como para sobrevivir al proceso de abrasión que les produce la atmósfera y caen al suelo en forma de meteoritos.
Para observar esta lluvia de meteoros o cualquier otra, es recomendable buscar un lugar alejado de las ciudades, con escasa o nula contaminación lumínica. Los días de máxima actividad, la Luna estará de camino a cuarto creciente y se pondrá pronto en el horizonte, por lo que su brillo no perjudicará la observación.
Se recomienda adoptar una posición tumbada o semitumbada, ya que, aunque la radiante está en Perseo, se pueden observar meteoros por cualquier lugar de la esfera celeste. Como último apunte, hay que decir que no es necesario llevar prismáticos ni telescopios. Las lluvias de meteoros de observan mejor a simple vista.
Francisco Ángel Espartero Briceño, Director Master Astrofísica, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.