Hace 24 años Brasil vivió uno de los capítulos más oscuros de su historia agraria. Una veintena de miembros del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra fueron acribillados en el estado de Pará. Por este suceso, cada 17 de abril se celebra el "Día Internacional de las Luchas Campesinas". No obstante, el pasado sigue estando más presente que nunca: según el informe "Conflictos en el Campo Brasil 2019" de Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), y los conflictos y violencia en 2019, se produjeron 32 asesinatos y 201 amenazas de muerte.
Asimismo, en el año pasado se registró el mayor número de asesinatos de líderes indígenas de los últimos 11 años. Se trata de uno de los principales problemas que deben afrontar las organizaciones campesinas en América Latina, pero no la única. "No es posible pensar un futuro en los territorios de quienes producen la mayor parte de los alimentos mientras continúe el acaparamiento de tierras, la expansión de los monocultivos industriales, la contaminación masiva con agrotóxicos, la destrucción de los ecosistemas y el extractivismo", dijo a DW Carlos Vicente de GRAIN América Latina, una organización internacional que apoya a agricultores en pequeña escala y a movimientos sociales.
Reivindicaciones en tiempos de pandemia
A esta situación se une el hecho que este año la conmemoración coincide con la crisis mundial del coronavirus. En este contexto, la Vía Campesina, un movimiento social internacional de pequeños y medianos agricultores que aboga por la defensa de la agricultura campesina, reivindica más que nunca su papel de "alimentar los pueblos" en el sistema alimentario mundial, uno de los mayores responsables del calentamiento global.
Según datos de esta organización, entre el 44 y 57 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) provienen de la cadena alimentaria industrial, entre las que se encuentran la deforestación, agricultura, procesamiento, embalaje, negocio minorista, transporte, refrigeración y desperdicios. Ello se debe a las "grandes plantaciones de monocultivos como la palma africana, la caña de azúcar, la soja; utilizando grandes cantidades de químicos y semillas transgénicas", dijo a DW Nury Martínez, portavoz de La Vía Campesina en Sudamérica. A lo que hay que añadir "la ganadería extensiva y los comestibles ultraprocesados que no solo son dañinos para la salud si no que, a través de los tratados de libre comercio, importan millones de toneladas de alimentos utilizando muchísimo combustible", agregó.
Según datos de la organización, mientras el sistema alimentario industrial provee alimentos al 30 % de la población mundial utilizando un 75 % de los recursos agrícolas, los agricultores a pequeña escala alimentan a más del 70 % de la población mundial utilizando el 25 % de los recursos agrícolas.
"El sistema industrial de alimentos es un fracaso frente a una crisis mundial como la que vivimos", criticó Martínez abogando por un cambio de modelo del agronegocio. "Mientras el sistema alimentario industrial no reconozca el derecho a la alimentación como un derecho humano y utilice los alimentos como una mercancía, no podrá nunca acabar con el hambre en el mundo", aseguró. No obstante, "los productores familiares están produciendo los alimentos a lo largo de todo el continente que permiten que no haya un incremento del hambre durante esta pandemia", agregó Vicente.
La alternativa de un futuro más sostenible
"La pandemia va a pasar, pero el cambio climático sigue", alertó a DW Julia Lernoud de la Comisión Directiva de IFOAM Internacional, la organización paraguas mundial para el movimiento de agricultura ecológica, con sede en Bonn (Alemania). Así, además de la pandemia, "la agroecología de base campesina es una de las respuestas que tenemos para enfrentar la crisis climática", aseguró Vicente. "Cuidando los suelos podemos en las próximas décadas secuestrar casi un 50 % del dióxido de carbono que hoy se ha acumulado en exceso en la atmósfera", agregó.
Además del abandono del uso de agrotóxicos y monocultivos, otras medidas que propone la agricultura ecológica en la reducción de emisiones de carbono son "la diversificación de la producción, la utilización de bioinsumos y la interacción con la madre naturaleza", detalló Martínez, que destacó el uso de conocimientos ancestrales y la protección de la biodiversidad con el uso de las semillas criollas.
La situación actual "es una oportunidad de pensar en todos los actores de la cadena de valor incluyendo la naturaleza, la biodiversidad, la protección de nuestras aguas, de nuestros aires...", consideró Lernoud. "Tenemos una oportunidad de diseñar nueva economía, un nuevo sistema productivo y social", agregó.
Para ello, es necesario que "el poder que hoy ejercen las corporaciones del agronegocio sobre los Gobiernos y organismos internacionales sea desmantelado para que se privilegie hoy más que nunca el bien común por encima del interés de las corporaciones", concluyó Vicente
Fuente: DW