Por Carlos Samayoa*
Tal vez uno de los triunfos más memorables que tenemos en la vida es cuando montamos una bicicleta y logramos mantener el equilibrio sobre dos ruedas por primera vez. Impulsarse con la propia energía del cuerpo y sentir el viento al rodar se convierten en una gloriosa sensación de libertad.
En algún momento el uso de la bicicleta quedó relegado a la simple recreación, pero afortunadamente cada vez más gente ve en ella una forma eficaz y económica para trasladarse en sus ciudades.
Cada domingo, ciudades latinoamericanas como Bogotá o la Ciudad de México nos ofrecen un vistazo de lo que podría ser un futuro muy prometedor cuando las grandes avenidas pasan a ser de uso exclusivo para miles de ciclistas que se lanzan a rodar.
Lo que se aprecia es, simplemente, un sueño hecho realidad: las calles se hacen silenciosas, la gente disfruta alegremente de un paseo tranquilo y seguro, hacen ejercicio, otras simplemente aprovechan la oportunidad para atravesar la ciudad y visitar a amigos o familiares. Igualmente es impresionante ver cuánta gente tiene una bicicleta que en otros días se tiene que quedar en casa por un fundado temor a compartir la calle con los autos. Esto nos arroja el claro mensaje de que las ciudades deben cambiar.
Si pensamos en las ciudades del futuro, siempre han sido imaginadas como espacios ultramodernos en los que la gente se desplaza rápidamente en vehículos sofisticados y de alta tecnología, que en algunos casos hasta vuelan. Pero si pensamos cuánto le costaría al ambiente extraer las materias primas necesarias, cuánto espacio ocuparíamos, cuánta energía se tendría que generar, la verdad es que en la visión realista de un futuro sustentable la bici tiene todas las de ganar como el medio de transporte por excelencia.
Desde hace mucho se sabe que la bici es uno de los grandes inventos de la humanidad. Como ejemplo, en 1973 la revista Scientific American publicó un interesante artículo sobre la eficiencia de movimiento de diferentes animales, desde serpientes hasta aves. El ser humano tuvo un buen desempeño al caminar, pero muy lejano a tener la eficiencia del ganador en la lista, que fue el cóndor, gracias a sus largas alas y a las corrientes de viento.
Sin embargo, se demostró que con la ayuda de una bicicleta, una persona derrotó por completo al cóndor, al auto o incluso a un avión en términos de eficiencia de energía, y lo más notable es que este aumento de potencia no representa un costo ambiental. De ahí que a pesar de ser un invento de siglo y medio de edad, la bici sigue siendo una herramienta bastante revolucionaria.
Durante casi un siglo se nos ha dicho que un coche es la mejor forma de movernos, pero la realidad de su uso excesivo salta ante nuestros ojos cuando experimentamos el caos del tráfico, el estrés y la contaminación, que en México es una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero que generan el calentamiento global.
El auto se ha convertido en una burbuja que nos aísla, mientras que una bici puede detonar ampliamente nuestro potencial. Subirse a una bici, por tanto, representa un acto de amor al planeta y por supuesto, de rechazo a la errónea idea de que tener un auto es sinónimo de éxito o status social. La verdad es que más allá de los autos eléctricos o voladores, deberíamos buscar un futuro en el que haya cabida para ir a todos lados “volando bajito”, como algunos ciclistas llamamos a la bella experiencia de rodar por las calles.
* Carlos Samayoa es campañista de movilidad sustentable de Greenpeace México