El sistema agroalimentario global se encuentra inmerso en una profunda crisis no sólo por sus dificultades para asegurar la producción y distribución de alimentos, sino también por la amenaza que representa para la sostenibilidad de los propios agro-ecosistemas. La pérdida de biodiversidad, la alteración de los ciclos de nutrientes, la erosión del suelo, la introducción de nuevas sustancias en el ambiente y la emisión de gases de efecto invernadero son debidas en gran parte a la agroindustria.
Hoy día, contamos con tres tipos de sistemas de producción: el convencional, ligado 100% al uso de agroquímicos, el agroecológico, que consiste en un modo integral de producir – educar y transformar – el modelo socioeconómico de una manera más amigable con el planeta y, el orgánico, un sistema de altos costos de producción, enfocado al mercado para la exportación, con minuciosas normativas.
La forma convencional de producción implica a que el productor quede atado a utilizar el “paquete tecnológico”, es decir, desde la Revolución verde, denominado al período en que aparecieron en el mercado la modificación genética de las semillas, el uso de fertilizantes, plaguicidas e inclusive el riego por irrigación, en la década de 1960 en Estados Unidos, que luego, se disipó por todo el mundo. En Argentina, llegó en 1970, que no sólo implicó un cambio de paradigma de producción, sino también, un cambio cultural, donde la desarticulación de las economías locales, la expulsión de las familias campesinas de sus tierras, el deterioro medio ambiental , se instaló de manera inamovible.
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Por su parte, la producción agroecológica, tiene sus cimientos en el cuidado de los suelos, la calidad de los alimentos y, en una economía más justa. Es por ello por lo que, este modelo de producción admite un manejo racional de los recursos naturales, contemplando no sólo la diversidad biológica, sino también, su impacto en la revalorización de las culturas y costumbres. Este sistema apunta a el respeto de los derechos laborales, al intercambio justo entre productores y consumidores, a una política social responsable hacia cada miembro involucrado en la actividad productiva.
La producción agroecológica nació en países no tan desarrollados y con problemas sociales, por lo que no llegó a conformarse como un mercado estructurado, pero sí se posicionó como una ciencia que incluye no solo datos científicos duros sino también sabiduría empírica y conocimientos aplicados. La agroecología es más disruptiva, cuestiona las bases, y viene a aportar soluciones a un sistema capitalista totalmente en crisis.
A fines de la década de los 90, en el contexto de expansión del monocultivo de soja, el Congreso de la Nación Argentina sancionó una ley para regular la producción orgánica, en contraposición a la convencional. De esta manera surgió la Ley 25.127, publicada en el Boletín Oficial del 12 de septiembre de 1999, entiende por ecológico, biológico u orgánico a todo sistema de producción agropecuario y su correspondiente agroindustria, sustentables en el tiempo y que mediante el manejo racional de los recursos naturales y evitando el uso de los productos de síntesis química y otros de efecto tóxico real o potencial para la salud humana, brinda productos sanos, mantiene o incremente la fertilidad de los suelos y la diversidad biológica, conserve los recursos hídricos y presente o intensifique los ciclos biológicos del suelo para suministrar los nutrientes destinados a la vida vegetal y animal.
La producción orgánica nació en Europa, y sus consumidores fueron los que establecieron sus requisitos, en el año 1972, donde la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM), definió las normativas, que luego éstas fueron tomadas a nivel mundial: producción que no utilice síntesis química ni nada genéticamente modificado, cuide el suelo, promueva la biodiversidad y el bienestar animal, y tenga trazabilidad. En Argentina este sistema está regulado por la resolución SENASA 374/2016 amparada bajo la ley 25.127 basada en las bases de INFOAM. Dicha resolución, se va actualizando de manera periódica, indicando los insumos permitidos y/o los procesos habilitados.
Un productor orgánico debe ser previamente agroecológico en cuanto a lo ambiental, no necesariamente en la parte social y política.
Avanzar hacia la producción orgánica, por supuesto, es más exigente, más costoso, debido a que el productor externaliza los costos de producción, además, por las diferentes certificaciones que deben realizarse para poder obtener el sello que avale determinado producto como tal.
La producción agroecológica y orgánica se encuentran en un mismo lado de la vereda con sus diferencias. Ambas abordan un cambio en el sistema alimentario, lo orgánico utiliza más biofertilizantes y lo agroecológico más técnicas de procesos. Son lógicas distintas pero que se complementan. Las dos producciones buscan productos más saludables, en tanto que la producción orgánica, los procesos de certificación son sinónimos de garantías y responsabilidad social y para otros, solo un sistema costoso de exclusión de los pequeños productores. Con este escenario actual, sólo resta transitar el proceso del cambio de paradigma alimentario, para por fin, entender que, tanto un sistema u otro, benefician a la humanidad.
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